Para muchos, el dinero es un objeto de deseo y una gran cantidad de personas tienen una importante parte de su atención atrapada en el dinero. Puede ser un importante origen de estrés especialmente para aquellos a los que les falta pero también para aquellos que, aún, teniendo quieren tener más y más cada día. A veces por ambición y otras veces por una cierta sensación de escasez.
Por otro lado, también hay algunos que piensan que nos iría mejor si no existiera el dinero e incluso que piensan que el dinero no es nada espiritual o que su felicidad depende de ello y que hasta que no consigan «tanto» no se van a sentir realizados, reconocidos o valorados.
Luego hay otros que, simplemente disfrutan y agradecen lo que pueden hacer con el dinero, independientemente de lo abultada que sea su cartera, su cuenta corriente o su monedero de bitcoins.
El dinero no es ni bueno ni malo. En realidad, es un invento maravilloso que nos permite hacer cosas. Lo que a veces no es tan maravilloso o idílico es la relación que tenemos con él.
Esta relación está condicionada por creencias, lealtades ocultas, el lenguaje que usamos, nuestra propia autoestima, sensación de no merecer, el valor que le damos a nuestro trabajo e incluso yo diría que nuestra propia espiritualidad, capacidad de disfrutar de la vida.
Una buena relación con el dinero nos conecta con la abundancia y es precisamente esa conexión con la sensación de abundancia lo que nos hace sentir bien. Algo que no necesariamente tiene que ver con tener más dígitos que nadie en la cuenta corriente.
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