Siempre tuve pavor al error, al fracaso. Y cuando hablo de pavor no me refiero a un miedito de chichinabo, sino a un miedo tan grande que, en ocasiones, podía paralizarme hasta tal punto que con tal de no fracasar ni siquiera lo intentaba. Huía de ello, no lo miraba, o lo que era mismo, no acababa mostrando todas mis capacidades.

Miedo al rechazo, autoexigencia, perfeccionismo, inseguridad … ¡vete a saber!

Tampoco sé si es algo cultural o propio de este país, pero lo cierto es que el error y el fracaso no está bien visto, y no sólo hablo del mundo de la #empresa sino de la sociedad en general. No puedo evitar pensar, por ejemplo, en la movida que se lió hace un par de semanas con las chicas de «estirando el chicle».

Un día, en el que me encontraba en una situación límite, decidí trabajar este tema en una sesión de coaching. La sesión duró poco, apenas 15 minutos me llevaron a hacer uno de los auto descubrimientos que, quizás, más han cambiado mi vida.

Siempre me he considerado curiosa, exploradora, aprendiz y de repente esa sesión me trajo algo nuevo. Me di cuenta de que para aprender, de verdad, hay que atreverse a hacerlo (lo que sea) y que si te atreves a hacer algo nuevo por primera vez hay posibilidades de que no te salga perfecto.

Aprender, igual que innovar ,es abrirte a la posibilidad de equivocarte, de fracasar.

Si quieres aprender a andar te tienes que exponer a caerte.
Si quieres aprender a conducir, te tienes que exponer a que se te cale el coche.
Si quieres aprender a hablar en público, te tienes que exponer a hablar en público.
No en vano, Thomas Edison tuvo que equivocarse más de 1.200 veces antes de dar con la bombilla.

Hasta ese día pasaba de puntillas por el error. Ni siquiera lo miraba, cuando precisamente ese error era lo que me estaba poniendo delante la oportunidad de aprender para hacerlo mejor en una próxima vez.

Si miro al error con espíritu de aprendiz, en vez de hacerlo con espíritu crítico, es muy probable que sea capaz de ver qué tengo que hacer, trabajar o aprender para hacerlo mejor la próxima vez.

El error y el fracaso son dos auténticos maestros que hasta entonces había considerado enemigos, pero fue ahí cuando esa mirada de aprendiz dio paso a una mirada de amor. Había dado lo mejor de mí, no había sabido hacerlo mejor pero, gracias al atrevimiento, ahora estaba aprendiendo. Ahora estaba creciendo.

Y además, no se fracasa hasta que se deja de intentarlo.

Así que, esto también es una propuesta: cambiar crítico por aprendiz, cambiar exclusión por pertenencia, cambiar juicio por amor.